Discurso íntegro de Amin Maalouf, Premio Príncipe de Asturias de las Letras 2010
Esta dicha inmensa que siento al recibir el Premio de las Letras de la Fundación Príncipe de Asturias me habría gustado expresarla, igual que otros intervinientes, en la lengua de Cervantes, de Borges y de García Lorca. No podré hacerlo por mucho que lo lamente. El castellano es una lengua que me gusta oír, que me gusta leer y que entiendo algo más de lo que suelo admitir. Pero me siento incapaz de usarla con la oportunidad y la sutileza que se merece. Es algo que, esta noche, me avergüenza un tanto, pero albergo la esperanza de que vean en este uso mío de una lengua que llega de allende los Pirineos y de un acento que llega de allende el Mediterráneo un símbolo del interés que les merece a esta Fundación y a este país la diversidad del mundo.De esta diversidad del mundo, de esta extraordinaria diversidad que es hoy en día característica de todas las sociedades humanas, todos cantamos a veces las alabanzas; pero también nos hace padecer a todos a veces. Porque es manantial de riqueza para nuestros países, pero lo es también de tensiones. Las naciones que se asientan en los cimientos de la diversidad étnica y la inmigración se hallan entre las más dinámicas del planeta, y basta con mirar la otra orilla del Atlántico para convencerse de ello. Pero a este dinamismo lo acompañan con frecuencia trastornos, discriminaciones, odio y violencia.
La diversidad en sí misma no es ni una bendición ni una maldición. Es sencillamente una realidad, algo de lo que se puede dejar constancia. El mundo es un mosaico de incontables matices y nuestros países, nuestras provincias, nuestras ciudades irán siendo cada vez más a imagen y semejanza del mundo. La que importa no es saber si podremos vivir juntos pese a las diferencias de color, de lengua o de creencias; lo que importa es saber cómo vivir juntos, cómo convertir nuestra diversidad en provecho y no en calamidad.
Vivir juntos no es algo que les salga de dentro a los hombres; la reacción espontánea suele ser la de rechazar al otro. Para superar ese rechazo es precisa una labor prolongada de educación cívica. Hay que repetirles incansablemente a éstos y a aquéllos que la identidad de un país no es una página en blanco, en la que se pueda escribir lo que sea, ni una página ya escrita e impresa. Es una página que estamos escribiendo; existe un patrimonio común —instituciones, valores, tradiciones, una forma de vivir— que todos y cada uno profesamos; pero también debemos todos sentirnos libres de aportarle nuestra contribución a tenor de nuestros propios talentos y de nuestras propias sensibilidades. Asentar este mensaje en las mentes es hoy, desde mi punto de vista, tarea prioritaria de quienes pertenecen al ámbito de la cultura.
La cultura no es un lujo que podamos permitirnos sólo en las épocas faustas. Su misión es formular las preguntas esenciales. ¿Quiénes somos? ¿Dónde vamos? ¿Qué pretendemos construir? ¿Qué sociedad? ¿Qué civilización? ¿Y basadas en qué valores? ¿Cómo usar los recursos gigantescos que nos brinda la ciencia? ¿Cómo convertirlos en herramientas de libertad y no de servidumbre?
Este papel de la cultura es aún más crucial en épocas descarriadas. Y la nuestra es una época descarriada. Si nos descuidamos, este siglo recién empezado será un siglo de retroceso ético; lo digo con pena, pero no lo digo a la ligera. Será un siglo de progresos científicos y tecnológicos, no cabe duda. Pero será también un siglo de retroceso ético. Se recrudecen las afirmaciones identitarias, violentas en muchísimas ocasiones y, en muchísimas ocasiones, retrógradas; se debilita la solidaridad entre naciones y dentro de las naciones; pierde fuelle el sueño europeo; se erosionan los valores democráticos; se recurre con excesiva frecuencia a las operaciones militares y a los estados de excepción... Abundan los síntomas.
Ante este retroceso incipiente, no tenemos derecho a resignarnos ni a cederle el paso a la desesperación. Hoy en día lo que honra a la literatura y lo que nos honra a todos es el intento de entender las complejidades de nuestra época y de imaginar soluciones para que sea posible seguir viviendo en nuestro mundo. No tenemos un planeta de recambio, sólo tenemos esta veterana Tierra, y es deber nuestro protegerla y hacerla armoniosa y humana.
Gracias a todos por la acogida que se me brinda en esta inolvidable ceremonia.
Traducción de M.ª Teresa Gallego Urrutia
(Fuente: La Voz de Asturias)
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